Juan de Dios García Aguilera
En un texto de 1943, Pilar Primo de Rivera, a la sazón Jefa de la Sección Femenina, se expresaba así:
“ […] cuando los catalanes sepan cantar las canciones de Castilla; cuando en Castilla se conozcan también las sardanas y se toque el chistu; cuando en el cante andaluz se entienda toda la profundidad y toda la filosofía que tiene, en vez de conocerle a través de los tabladillos zarzueleros; cuando las canciones de Galicia se canten en Levante; cuando se unan cincuenta o sesenta mil voces para cantar una misma canción, entonces si que habremos conseguido la unidad entre los hombres y entre las tierras de España”(1) .
El texto se enmarca en un contexto histórico delimitado por la pérdida de libertades tras la guerra civil española y el advenimiento de la dictadura de Franco, con sus ideas totalitarias y ultra-católicas.
De su contenido se desprende la idea del poder terapéutico de la música y de su función utilitarista, en un modo muy parecido a como lo concibieron los antiguos griegos en la época de Homero. Propone la idea del papel educativo de la música, que facilita el entendimiento y la unidad entre las gentes que cantan juntas, y que sería una buena práctica que propiciaría, en última instancia, la unidad de España.
Seudo Plutarco, en De musica, comenta que Aristóxeno otorgaba a la música, por efecto del orden y de la mesura que le son propios, capacidad para retornar al desviado hacia el camino recto y capacidad para devolver la cordura (2) .
El ateniense Damón, en el siglo V a.c., sobre la base de las teorías pitagóricas, desarrolló una doctrina ética sobre la música que transmitió al pensamiento de Platón. Sus ideas parten de la afirmación pitagórica de que existe un vínculo entre el mundo de los sonidos y el mundo ético (3), y de un carácter profundamente conservador que apela a la tradición como modelo. Para Damón, la música no es un adorno para el espíritu ni un placer para los sentidos, sino que ejerce una influencia profunda en el carácter del individuo y en la sociedad. Es por ello que los cambios e innovaciones en esta materia pueden resultar muy peligrosos para la estabilidad del Estado, y por tanto, la música es algo que debe ser controlado y utilizado como instrumento educativo.
Frente a esta doctrina preventiva, dirigista, paternalista y de trasfondo totalitario acerca de la música, en tiempos más recientes, las ideas de que el folclore y el canto popular representan un impulso positivo para los pueblos fueron defendidas desde los ambientes artísticos más progresistas –es sabida la importancia que tuvo para la Generación del 27 todo lo referente a la cultura popular-. El culto a lo popular es una idea nacionalista y romántica que durante el siglo XIX contagia el pensamiento tanto de los ambientes más conservadores como de los círculos más liberales, aunque, eso si, con matices muy divergentes y consecuencias diametralmente opuestas.
En 1932 el Gobierno de la República promulgó un Decreto creando la Junta Nacional de la Música y Teatro Líricos (4) , en el que, en su parte programática, decía:
“ La expresión más genuina del alma de los pueblos, la que señala el ritmo de su carácter más directamente, es su música popular. Y España es, precisamente, uno de los países cuyo ‘folklor’ musical es de los más ricos del mundo. […]De su contenido se desprende la idea del poder terapéutico de la música y de su función utilitarista, en un modo muy parecido a como lo concibieron los antiguos griegos en la época de Homero. Propone la idea del papel educativo de la música, que facilita el entendimiento y la unidad entre las gentes que cantan juntas, y que sería una buena práctica que propiciaría, en última instancia, la unidad de España.
Seudo Plutarco, en De musica, comenta que Aristóxeno otorgaba a la música, por efecto del orden y de la mesura que le son propios, capacidad para retornar al desviado hacia el camino recto y capacidad para devolver la cordura (2) .
El ateniense Damón, en el siglo V a.c., sobre la base de las teorías pitagóricas, desarrolló una doctrina ética sobre la música que transmitió al pensamiento de Platón. Sus ideas parten de la afirmación pitagórica de que existe un vínculo entre el mundo de los sonidos y el mundo ético (3), y de un carácter profundamente conservador que apela a la tradición como modelo. Para Damón, la música no es un adorno para el espíritu ni un placer para los sentidos, sino que ejerce una influencia profunda en el carácter del individuo y en la sociedad. Es por ello que los cambios e innovaciones en esta materia pueden resultar muy peligrosos para la estabilidad del Estado, y por tanto, la música es algo que debe ser controlado y utilizado como instrumento educativo.
Frente a esta doctrina preventiva, dirigista, paternalista y de trasfondo totalitario acerca de la música, en tiempos más recientes, las ideas de que el folclore y el canto popular representan un impulso positivo para los pueblos fueron defendidas desde los ambientes artísticos más progresistas –es sabida la importancia que tuvo para la Generación del 27 todo lo referente a la cultura popular-. El culto a lo popular es una idea nacionalista y romántica que durante el siglo XIX contagia el pensamiento tanto de los ambientes más conservadores como de los círculos más liberales, aunque, eso si, con matices muy divergentes y consecuencias diametralmente opuestas.
En 1932 el Gobierno de la República promulgó un Decreto creando la Junta Nacional de la Música y Teatro Líricos (4) , en el que, en su parte programática, decía:
El canto popular y el arte han tenido, pues, ese contacto que impulsa y estimula la vibración de la cultura, levantando el tono emocional del país.”
Este texto, inspirado probablemente por las ideas de Adolfo Salazar, quien en un decreto adjunto era nombrado Secretario de dicha Junta, vemos que, a primera vista, no está tan lejos del de Pilar Primo de Rivera. Ambos otorgan al folclore un gran poder de cohesión espiritual entre los pueblos.
Pero, mientras que para los progresistas la música popular no es solo un patrimonio que conservar, sino también una fuente de inspiración de la que un artista se nutre y trasciende, en las mentes totalitarias se convierte en una herramienta de control muy poderosa y en una justificación para eliminar todo intento de vía individual o subjetiva hacia la cultura y el arte.
Esa intención de homogeneizar, de rasar, de anular la personalidad y primar el interés de la colectividad, ha movido en todas las épocas de la historia a los regímenes dictatoriales y totalitarios, y, de manera muy especial, a los surgidos en el siglo XX. Ideas y aplicaciones similares a las planteadas por el régimen franquista las podemos rastrear en la Unión Soviética del régimen bolchevique y su área de expansión, en la Alemania nazi de Hitler, algo menos en la Italia fascista, tal vez por una cierta debilidad del régimen de Mussolini, o en la enorme República Popular China, y enlazan profundamente con el pensamiento platónico de que la música tiene una poderosa capacidad para corregir desviaciones en las actitudes individuales.
1. Cancionero de la Sección Femenina del Frente de Juventudes de F.E.T. y de las J.O.N.S. Madrid. Departamento de Publicaciones de la Delegación Nacional del Frente de Juventudes, 1943.
2. FUBINI, E. (1994). La estética musical desde la Antigüedad hasta el siglo XX. (Carlos Guillermo Pérez de Aranda, trad.). Madrid, España: Alianza Editorial S. A. (L’estetica musicale dall’antichità al Settecento y L’esteetica musicale dal Settecento a oggi publicado originalmente en 1976 por Giulio Einaudi editore s.p.a.,, Turín, Italia), p. 35.
3. FUBINI, E. , op. cit., p. 51
4. Gobierno de la República Española, Decreto creando la Junta Nacional de la Música y Teatros Líricos, de 21 de julio de 1931. (Gaceta del 22).Pero, mientras que para los progresistas la música popular no es solo un patrimonio que conservar, sino también una fuente de inspiración de la que un artista se nutre y trasciende, en las mentes totalitarias se convierte en una herramienta de control muy poderosa y en una justificación para eliminar todo intento de vía individual o subjetiva hacia la cultura y el arte.
Esa intención de homogeneizar, de rasar, de anular la personalidad y primar el interés de la colectividad, ha movido en todas las épocas de la historia a los regímenes dictatoriales y totalitarios, y, de manera muy especial, a los surgidos en el siglo XX. Ideas y aplicaciones similares a las planteadas por el régimen franquista las podemos rastrear en la Unión Soviética del régimen bolchevique y su área de expansión, en la Alemania nazi de Hitler, algo menos en la Italia fascista, tal vez por una cierta debilidad del régimen de Mussolini, o en la enorme República Popular China, y enlazan profundamente con el pensamiento platónico de que la música tiene una poderosa capacidad para corregir desviaciones en las actitudes individuales.
1. Cancionero de la Sección Femenina del Frente de Juventudes de F.E.T. y de las J.O.N.S. Madrid. Departamento de Publicaciones de la Delegación Nacional del Frente de Juventudes, 1943.
2. FUBINI, E. (1994). La estética musical desde la Antigüedad hasta el siglo XX. (Carlos Guillermo Pérez de Aranda, trad.). Madrid, España: Alianza Editorial S. A. (L’estetica musicale dall’antichità al Settecento y L’esteetica musicale dal Settecento a oggi publicado originalmente en 1976 por Giulio Einaudi editore s.p.a.,, Turín, Italia), p. 35.
3. FUBINI, E. , op. cit., p. 51
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